Prólogo

 

Dice el dicho que músico, poeta y loco todo el mundo lo es un poco. Vale —como ahora tanto repiten quienes quieren afirmarse "progres"—. Vale.

Sucede sin embargo que a la inmensa mayoría de mortales nunca tales dones, tales divinos dones, llegan a germinarle ni interiormente siquiera. Y ocurre, opuestamente, que a limitadísima minoría sí le germinan y le rebullen y le desbordan de su inmenso corazón, de tal manera que el entero espacio de nuestras cuatro dimensiones perceptibles (y aun quizás —sabe Dios— el de las imperceptibles todas) resulta inundado por su Música, por su Poesía, por su Locura (así, con mayúscula) inmortales.

Mas ¡ay de nosotros, que la cosa no termina aquí! pues conocida —¡y tan conocida!—es la existencia entre ambas mayoría y minoría de una cierta "medianía" —llamémosla así para interpolar, y para lo que convenga— la cual arma un tercer grupo de errabundos que caminan y aun vuelan sin llegar más allá de su terruño ni elevarse más arriba del tejado. "Medianía" —sin señalar y sin ánimo de molestar demasiado— que, eso sí, cumple (a condición de modestia) el más o menos apagado pero honroso papel de cubrir y de animar el largo trecho que media entre aquellos grupos extremos, a la vez que sufre y que goza cuanto de malo y de bueno le llega de uno y de otro.

Como ya al despierto lector se le habrá acudido, es este tercer grupo el de los musicastros, poetastros y... "locastros" (de sernos permitido aquí el terminajo éste al cual, en el caso, tampoco resulta tan infeliz). En lo de "músico, poeta y loco...." conviene por tanto no generalizar demasiado, conviene matizar un poco. Vamos, le parece a uno.

Y esto sentado pasemos ya a considerar a nuestro espeso bardo (con significación no ribagorzana el sustantivo éste, pues de lo contrario....)

¿Cabe encuadrar a Pablo Recio en el primero de aquellos tres grupos? Pues no, francamente no. ¡Faltaría más! ¿¡¡¡En el segundo!!!?... ¡¡Nooo, por Dios!! ¡qué más hubiera deseado él! ¿En el tercero, entonces?... Pues, sí. En el tercero sí, y cierto que no disentirá él. Al contrario. (¿Cómo —por considerar sólo la menos descomedida de sus intrusiones— va él a disentir ni a más esperar ni pretender obstinado como sigue en no apartarse en sus poesías —las que alcanzan a serlo— de la rima y del metro, antiguallas cuya sola adopción basta, o casi, para resultar uno descalificado?)

Bien queda pues el encuadre, y mejor aún el asentimiento el cual, admitámoslo, no deja de conferir al vate éste cierto mérito a falta de otros mayores.

No se espere por tanto gran cosa de él. Cierto que no pasará a la Historia de la Música ni a la de la Poesía. ...¡Ah! ni a la de la Locura si de ésta hay Historia lo cual uno, en su cortedad, ignora.

¿Qué decir de Pablo Recio como músico —perdón, musicastro—? Poco, muy poco: media docena, si llegan, de cancioncillas melódicas de tres al cuarto inspiradas por acontecimientos en casual coincidencia con estados de ánimo propicios. Esto por lo que hace a música escrita. Más bien dicho, manuscrita. En cuanto a música interior, música venida al paso y desvanecida al siguiente, si, de esta música bastante, muchísima incluso, constituyendo para él —bien lo sé yo— especie de refugio, de evasión, sobre todo cuando, en compañía o no de alguien, anda solo por ahí.

Tocante a esta su faceta "musicastral" cabría notar aún que soplar toda una tarde por un duro formando parte de una banda fue, a sus once años, su primera actividad remunerada. (O quizá su segunda si resultó posterior a la de repartir, por dos pesetas a la semana un diario a domicilio, comienzo éste que evidentemente no le llevó a la Presidencia de los Estados Unidos, dicho sea entre paréntesis. Sí que a otras aunque de bastantes menos campanillas. Entre paréntesis también).

Así pues, musicastro y nada más. ¡Ah! ¡pero tampoco nada menos!

Pechemos ahora con la faceta "poetastral", la menos escondida de Pablo Recio.

Digamos de entrada que sin negarle algún que otro destello poético (¿sonó la flauta...?}, buen número de sus composiciones muestran no mucho más que una discreta (y ésta hasta un tanto "altibajera") habilidad de versificación, con forzado encaje algunas veces de palabras, giros y fonemas característicos y aun arcaizantes del bajo ribagorzano, su lengua vernácula.

No ha de extrañar, así, que una buena dosis de prosaísmo abunde —él claro que lo sabe— en parte de su producción. Como tampoco que en la vertiente ribagorzana de sus "romances" de lo que trata resueltamente Pablo Recio es de "meter ribagorzano en conserva", como dice él, añadiendo que si acierta a meterlo con sencillez y, en su caso, con humor y alguna ironía —que, en algo, es lo suyo— tanto mejor.

Y, de entrada, nada más. Que en manera alguna pretende Pablo Recio pasar por lo que no es, ni puede ser. Ni en poesía ni en nada.

¿Qué es entonces Pablo Recio, en poesía y en todo?

Él se ha pintado asi: "Aprendiz de todo, / maestro de nada. / Corto de cautelas, / largo de porradas. / Ni ángel ni demonio, / ni tiesto ni albahaca. / Para ser muy trasto / muy poco te falta". Y, a confesión de parte....

¿Por qué entonces se mete en berenjenales?....

Bueno, son sólo berenjenalitos. Y además, por lo que a esta faceta literaria hace, bien habrá de tenérsele en cuenta la muy noble causa de su arrojo —o quizá pecado— poético. Y de su pertinacia, naturalmente.

Según antes queda dicho, la lengua materna de Pablo Recio es el ribagorzano (el bajo ribagorzano, una de las variantes) y el ribagorzano está enfermo. ¿Desahuciado? Quizás. Pero sobre todo el ribagorzano está arrinconado —hasta podría parecer que perseguido—. Y lo peor es que lo está por quienes más deberían mimarlo, reanimarlo, protegerlo, dado el grave trance en que se halla. Si por querencia no —lo que habría de avergonzar a quien, nacido en Ribagorza, no la sienta—, al menos como ente de cultura que por derecho propio no deja de ser.

Los llamamientos que Pablo Recio hace a sus paisanos para que sin desmayo inyecten vitalidad a nuestro ribagorzano natal obtienen un éxito bastante menos que mediano (sí que con algunas, pocas, honrosas excepciones).

Unos se desentienden perfectamente de cosa tan baladí como es la salud de su lengua vernácula. Otros hallan de muy buen tono preferir ¿ostentar? un castellano (magnífico ¡¡sí!! el castellano mugas afuera de nuestro terruño), un castellano de casi hacer reir —o de casi hacer llorar, uno no sabe bien—. Los niños, atiborrados de "tele", lo eluden, lo abandonan. Los mismos maestros —perdón, "pegebés"—, aunque comprensiblemente no lo adoren, tampoco procuran descubrirlo (des-cubrirlo), destacarlo, reanimarlo (aun cuando solamente fuera una animada media hora semanal en la escuela). Etcétera, etcétera y etcétera.... ¡El acabóse!

Así que Pablo Recio en gesto un tanto quijotesco de ribagorzanismo casi a ultranza —como también de reproche a sus coterráneos, quienes sin siquiera pestañear están dejando morir parte tan entrañable de su ser como es su habla natural— ha querido salvar su responsabilidad dejando constancia efectiva de su amor a la lengua en la que le habló siempre su bendita madre hasta el instante mismo en que el Señor la llevara de aquí.

Y púsose así a ensartar versos y más versos (con alguna, escasa, prosa) para proseguir la lucha por la pervivencia, por la difícil pervivencia de su querido ribagorzano. (Bueno, todo hay que decirlo: también, pero esto después, por llenar de alguna manera las que él ha dado en llamar "horas sueltas", aficionado tanto como es a no ir nunca al fútbol —al comercializado, claro— y a apagar siempre —casi siempre— la "tele". Y también, fatalmente quizás, por hacer algo pecuniariamente negativo, a lo que Pablo Recio ha sido siempre —¡si lo sabré yo!— tan proclive).

Metido, como se dice, en ello y por circunstancias que aunque hacen al caso pueden perfectamente soslayarse aquí porque poco o nada habrían de exculpar al genio éste, tiene también hechos sus pinitos en lengua castellana. En ella, sin negarle tampoco ciertos vislumbres poéticos, su vuelo apenas si sobrepasa al de las urracas.

 

(-¡Hombre! ¡al de las urracas! ¡Algo es algo!
-!.....?
-¡Sííí! ¡Es que asombra, en ti, que no digas al de las gallinas!
-Bueno, tú mismo te has hallado sólo gorrión. Además... ¡no interrumpas y no empecemos, que no estamos solos!)

Tocante a su estilo... Pero ¿tiene Pablo Recio estilo alguno?...

Ni lo sabe él, ni lo sé yo, ni es de creer que valga la pena precisarlo. Para qué. Dejemos pues esto, dejémoslo. Tomemos en cambio esto otro, en aclaración de comprensibles perplejidades, y que es que no pocas de sus composiciones, en castellano sobre todo, son alusivas a familiares y amigos, a situaciones y hechos determinados que las hacen no fáciles de comprender en su sentido y en su ironía. Asi por ejemplo las varias dedicadas (a una por año) a un conspicuo Inspector de Hacienda que durante muchos ejercicios fiscales fue Ponente de la Junta de Evaluación para la tributación anual y de la que el, a raíz, casi interfecto Pablo Recio formó también parte por repetida reelección en su Gremio. (Por cierto que al final de una que había resultado dura sesión el señor Inspector, así y todo hombre de gran humanidad y clara comprensión, de mucha perspicacia y excelente humor, dignóse replicar a las acerbas pullas de Pablo Recio con las suyas no menos acerbas disparadas en versos nada inmejorables a su vez, dicho sea con el debido respeto a aquella Autoridad).

Asimismo es de notar la firme querencia de Pablo Recio a los lugares y tiempos de su niñez y mocedad, querencia que impregna notoriamente gran parte de su producción en ribagorzano sobre todo, lo cual —¿indicio vehemente si más no?— le revela —y no quede demasiado fuera de lugar traerlo aquí— como el sentimental que Pablo Recio es, admítanle o no quienes han tenido la mala o no tan mala suerte —Dios dirá— de aguantarle desde que a un par más de sus veinte años comenzó a ejercer mando prácticamente sin solución de continuidad en todos cuantos cometidos ha desempeñado. Menos, naturalmente, en el de cabeza de familia (¿se es realmente cabeza de familia o más bien hombro, repetido, hombro de familia ahora?).

Y basta y sobra ya con lo hasta aquí considerado para saber de los ingredientes todos que han hecho de Pablo Recio el poetastro que él mismo admite ser, Dios le perdone.

Última faceta. ¿Loco?... Pues... por desgracia —para él, que no para la Humanidad— bastante menos que don Quijote (si bien es verdad que don Quijote después de todo se mantuvo célibe). ¿Tan poco como Sancho, que no lo era nada?... No; tan poco como Sancho (que algo debió serlo pues que bien pasó por la vicaría), seguro que no. ¿Mitad y mitad, entonces?... Sí, algo así quizás. Que se le conocen —yo le conozco— algunas quijotadas, sí que de poca monta, como asimismo bastantes "sanchadas", de monta no mayor. Pero, destacable, nada tampoco. Como en todo, ni carne ni pescado. "Locastro" al fin.

"U séase", en conjunto un bicho algo raro este Pablo Recio sin más relieve que el dos de bastos salvo para cuatro benditos —¿servidor incluido?— que más o menos le estiman, le disculpan, le conllevan... Lo ya dicho: musicastro, poetastro y "locastro". Esto viene a resultar. Claro que menos da una piedra.

 

 

 

Bueno, pues, mal que bien salido se ha del trance. Con barba o sin ella el exordio éste se remata ya y podrá dar paso a imprimir la obra para la posteridad.

 

(-¡Demonio! ¿Tanto? ¿No suena esto demasiado campanudo para pobres? ¿O es que una vez más quieres no ahorrarte tu maldita socarronería al referirte a mí?
-Psss... ¡Qué quieres que te diga! De alguna manera he de resarcirme de tus latazos ¿no?)

Verán pues la luz (si a verla llegan) unos pocos ejemplares que ciertamente nadie se disputará. La mayor parte de ellos, si no todos, irán pronto a parar al arcón de las cosas echadas en olvido (¿quién, arriscado, pecha hoy con la lectura de versos?) donde los hijos (con algo de suerte serán los nietos) los hallarán un día de limpieza y despeje, y... ya se sabe, junto con desvaídas fotografías igualmente cursis de parientes más o menos desconocidos, con la partida de defunción de una de las bisabuelas, con aquel ingenuo "abanico de 1a suerte" que cierta tía Rosenda conservara amorosamente en recuerdo de ella sabría qué... ¡hala! ¡a la hoguera! Y aquí paz...

Sin embargo, aun cuando todo se le regatee, aun cuando nunca haya intentado "realizarse" —como también ahora se dice mucho—, aun cuando se sienta él —que se siente— un tanto frustrado, todavía le quedará a Pablo Recio lo que confortaba al insuperable "Poeta silvestre" Cleto Torrodellas Español, mi querido, inolvidable tío Cleto:

 

"Con esto de los romances
sé que poco he de ganá.
La cuestión é divertimos
y divertí a to'l llugá."

 

 

Cleto J. Torrodellas Mur